Ana María Osorio
Los tiempos que vivimos, producidos y textualizados por una mezcla perversa de neoliberalismo y conservadurismo extremo, nos colocan ante un escenario distópico, que insiste en la ilusión del paraíso y la felicidad mediante la acumulación de capital económico y narcisista (Rolnik, 2022). La complejidad de la diferencia desaparece en la inmediatez de lo instantáneo y vuelve breve y simple el encuentro con el otro. En la línea del consumo, el otro tiene lugar de mercancía, si no da certeza de costos y beneficios.
Advertimos, cada vez con más fuerza, la proliferación de lo idéntico y el rechazo de lo distinto haciendo la convivencia insoportable (Han, 2017), por ello, vemos y sentimos crueldades que se sostienen en el exterminio total a lo diferente. Pensemos, un segundo, en Gaza y las tácticas con herramientas de Inteligencia artificial, para maximizar punterías mortales (John, 2024) o echemos una mirada en los más de 50 muertos en nuestro país (Purizaca Mendoza, 2023) Es el horror a lo diferente, el ver al otro como amenaza.
Esta intolerancia a lo diferente insiste entre los más cercanos y el malestar que ocasiona es motivo de consulta permanente, en las personas, parejas o familias. Hay dolor porque pensando en lo identitario, colocamos la falta en el otro, ese “otro” próximo. Deseando lo homogéneo y lo estándar, dejamos de fluir en nuestras propias diferencias para cubrir el no saber hacer con otros.
Puget y Berenstein, y luego otros pensadores vinculares fueron gestando un paradigma diferente para suplementar la práctica clínica psicoanalítica y esto los llevó a transitar por el lado de la intolerancia también. Empezamos a interpelarnos con conceptos nuevos, e intentamos abrir camino a un pensar distinto cuestionando nuestro lugar de enunciación y nuestra forma de hacer clínica. Sin embargo, esto resulta difícil tanto para los consultantes como para nosotros.
Uno de los conceptos que sostienen el pensar lo vincular es la diferencia, y me gustaría compartir con ustedes lo que resuena en mí al respecto. Lo hago como una manera de aprehender su sentido, quizás de dejarme y dejarnos con-mover en la búsqueda de caminos errantes, atentos a sentir la acción de los dispositivos de subjetivación que borran la diferencia y dar a luz nuevos entramados vinculares.
Explorando la Diferencia Radical
La diferencia no ha sido tratada explícitamente por la teoría psicoanalítica (Puget, 2017, pg. 83) Y desde la mirada vincular, es planteada como radical, irreductible e imprevisible (Berenstein, 2004; Puget,2015) Janine también la llamó “diferencia a secas y sin predicado” para hablar de aquella diferencia en el sentido ontológico. En nuestra cotidianidad y práctica clínica se reflejan las dificultades para hacer con la diferencia, nuestro aparato psíquico sabe de la dificultad para inscribir su huella y sin embargo hay que hacer un trabajo psíquico para que el otro, sea el otro que, aunque nos descoloque, nos constituya.
La diferencia nos confronta con la ajenidad y alteridad.
Asumir la diferencia empieza por pensar los vínculos desde lo enigmático del encuentro que nace de ese chocarnos con la ajenidad y alteridad del otro, y tener que hacer con un resto que no se inscribe y permanece no conocido. La insistencia en desaparecer la ajenidad lleva a realizar operaciones representacionales para asemejar o complementar, y olvida “hacer en presencia” para alojar lo nuevo que es el “costo a pagar” (Puget,2015) en el encuentro con el otro. Sin embargo, en estas sociedades neoliberales del hiperconsumo, “el costo a pagar” es para borrar y desaparecer el malestar propio del tope de lo diferente a fuerzas de validar “lo bueno conocido que lo malo por conocer”. Percia diría: “No en la semejanza sino en la infinita disparidad reposa lo vivo”. (2021) Y lo vivo, es precisamente lo que estamos perdiendo.
Abordando la ajenidad y alteridad de los “cercanos”, descubrimos malestares profundos, sustentados en los imaginarios familiares construidos sobre mitos de ‘familiaridad’ (Berenstein, 2004) que no reconocen la ajenidad. Siguiendo a Puget, adoptamos el prefijo negativo “in-familiar” (2007, pg. 47) para eliminar los brotes de “delirios familiaristas” (Grassi y otros, 2020) que inscriben en el “entre” familiar diversas violencias, potencialmente traumáticas y obstaculizan la creación de un nuevo orden y potencialidad familiar, como sostiene Soler (2020).
Lo mismo ocurre en las parejas: existe una tendencia a imaginar que, estando juntos, eventualmente se acaban los conflictos, cuando en realidad sucede lo contrario. He recibido parejas que expresan problemas porque son muy diferentes y discuten frecuentemente; otras porque son muy parecidas y no se soportan; algunas mencionan problemas de comunicación, o situaciones donde algo ha afectado la confianza o el amor. En estos casos el espacio terapéutico puede convertirse en una oportunidad para “cartografiar” y reflexionar juntos sobre un malestar, que vestidos de muchas apariencias, surge de la imposición del otro y de no saber hacer con eso. Parafraseando a Puget (2015) diría que implicaría zigzaguear en las fronteras del reconocimiento y la curiosidad por el conocimiento.
La diferencia no es lo distinto, es lo que discontinúa, lo pensado como propio (Kleiman, 2017)
La diferencia crea el vínculo y cuando estamos “entre”, lo identitario se disuelve y debe salir del pensar en lo propio (Puget, 2015, Tortorelli,2016). En resonancia, Kleiman (2017) planteará que la diferencia es hablar de los bordes, donde se hace imposible pensar que existe lo propio sin el otro.
La presencia del otro tiene efectos de discontinuidad del yo y el tú, y cuestiona la hegemonía del sujeto. En esa perspectiva aceptar la discontinuidad sería incorporar la cualidad de lo vincular en donde “uno ya no es uno” pues lo propio se construye entre. (Tortorelli, 2016) ¡Otro gran movimiento que lo vincular nos pide seguir pensando!
El trabajo de la producción de la diferencia.
¿Podemos caminar hacia una clínica productora de diferencias que haga con el malestar y sostenga los vínculos?
La experiencia de la diferencia puede resultar insoportable, ya que desmorona la ilusión de que existen articulaciones amables y mundos completos, como señala Puget (2020, p. 26). Quizás dejar de sostener la idea de que sólo la armonía es la solución para estar bien entre otros, quizás habilitar el encuentro para poner en palabras, o mediadores terapéuticos, cuando la palabra no puede ser dicha (Pezo, 2020) para pensar, incluso en el pasado, haciendo el presente, entramando, el entre otros, fuera de lo representacional.
Las sensaciones de caos y angustia ante las no-certezas empiezan a ser galopantes, pero pueden poner en acción la posibilidad de algo bueno por venir en un entramado que insiste en el entre, en vez del descarte. Difícil en esto tiempos, pero es hacerle justicia a la complejidad e incertidumbre que lleva el encuentro. Como señala Grandal (2020) “El amor que no queda capturado por el contrato de aseguración y de comodidad es el amor que confía en la casualidad y llega la experiencia fundamental de que el mundo puede experimentarse desde el punto de vista de la diferencia, de lo diverso, de lo múltiple, de lo no rentable, lo no utilitario” (p. 272)
Podemos producir diferencias cuestionando lo hegemónico y las omnipresentes “máquinas binarias” (Tortorelli ,2017), que simplifican la complejidad de las infinitas diferencias y lo múltiple (Puget, 2015). Un ejemplo claro es la reciente ley aprobada por el Congreso en Perú, que prohíbe el uso del lenguaje inclusivo. Esta medida pretende invisibilizar y eliminar los binarios sexuales, lo cual es un reflejo de este intento por reducir la diversidad a dualidades simplistas incluso de negar existencias. Una realidad, por cierto, expresada en la clínica, cada vez con más frecuencia y algo con lo que tenemos que hacer.
Nuestra presencia e interferencia puede ayudar a sostener la diferencia con el “No sé del otro” en vez de anticipar sus comportamientos o pensamientos, dando espacio para lo desconocido, la sorpresa y la creatividad. Ese no sé del otro, “que ponga en suspenso verdades y permitan nuevas perspectivas, y así hasta que esto se convierta en un fin, que no tiene fin” (Gotlieb, 2013, p 20)
El entre y la diferencia están influenciados por la maquinaria múltiple del capital económico y narcisista (Rolnik 2022), y como afirma Kleiman, (2020, p. 192), “el dispositivo de las políticas subjetivantes no es una elección, sino una imposición que se introduce como las partículas sin casi percibirlas”. Esto subraya la importancia de pensar juntos, de seguir pensando conceptos, de escucharnos y saber desde donde los pensamos, de seguir suplementándonos con otras disciplinas, para juntos “navegar sin estrellas que guíen, inventando lo que no está en la caja de herramientas” (Kleiman, 2022, p74)
Un Retazo clínico
Una pareja, ella de 20 y él de 21, tienen un hijo de 10 meses y conviven desde hace seis meses. En una sesión a mediados del proceso nos sucede esto:
Veo cara de cansancio y fastidio en ambos, Yo sentía agotamiento.
Ella: Mañana tengo examen y no pude estudiar nada. Pensaba que me iba ayudar con el bebe, y se la pasó jugando en la oficina. Ya sé que eres TDH (él la mira con fastidio) y puedes estudiar y jugar, pero tú sabes que yo no ¿Yo qué hago con esto? ¿Dónde pongo lo que siento? (Casi todo el tiempo me mira)
El: (Entre mirándome y mirando al suelo) ¿Ahora se espera qué hable y me disculpe, que le diga que voy a ser exactamente como quiere ella? (Vuelve la mirada a ella) yo no soy” TOC” como tú, eso lo tienes claro, entonces, si estoy llevando más cursos en la universidad y porque tú lo querías, no puedo hacer más…
Terapeuta: Ustedes están agotados, me da la sensación de que las muchas responsabilidades que tienen los angustia y hay la idea mágica de que el otro debe saberlo todo del otro y actuar como el otro desea… ¿será que lo saben todo del otro? Por ejemplo, ahora, con las justas se hablan, con las justas se miran.
Ella: Es mucho para mí y tú no eres el mismo de antes
El: También es mucho para mí, tú tampoco eres la misma de antes… mi papá me dice que tengo que responder como padre.
Continúan las sesiones, se siguen quejando, pero se preguntan más, yo también pregunto más, se escuchan más y hablan de lo que sienten. Él nos recuerda que yo plantee que en las sesiones se pueden hacer “actividades cuando sea difícil hablar” Y les recuerdo algunas. El garabato les convence.
Cada uno con un plumón en mano van entrelazando sus líneas y a la par hablando de la “diarrea del bebé” y el dinero que gastaron para llevarlo al pediatra. Los dos cuentan, él recuerda la primera vez que se ensució aseando a su hijo y ríen juntos. Ella se sorprende de la manera que él hace con su hijo, sin que sea cómo ella y cuenta cómo actúa ella.
Me muestran su garabato, hay algo así como líneas fuertes y suaves en círculos y otras onduladas. Ella riendo y moviendo su cuerpo, él jugando con sus propios cabellos.
Ella: (Riéndose y agarrándole el brazo) Pensaba que me ibas a seguir en el remolino e hiciste nubes suaves (sigue riendo)
El: Y yo me sorprendí del garabato de remolino y puse el cielo de nubes que tú lo deberías haber puesto, porque eso te gusta. Tu eres más suave…cuando estás tranquilita.
Terapeuta: Es que ustedes están vivos, y lo que conocen del uno del otro, es pasado, en cada momento se están conociendo y pueden hacer cosas diferentes.
Nos seguimos encontrando en el hacer, con ese y otros mediadores, y advierto que lo hacen con sorpresa y con curiosidad reconociéndose que actúan diferente y “no sólo por dar la contra” cómo decía ella.
Hay muchas cosas que decir de la complejidad de la experiencia familiar que arman adolescentes, sin embargo, me nace puntualizar que sus garabatos y sus sensaciones gestaron las palabras, jalaron recuerdos, encontraron sentidos. Van ganando la naturalidad de adolescentes y sintonía afectiva mutua. Y a pesar de eso se hacen tope, se chocan y se habilitan para entrar en la lógica de la diferencia.
Siento que consultantes y terapeutas podemos movernos con y con-movernos, inventando y trenzando palabras, sensaciones y sentidos, que jueguen e intuyan, que, siendo la diferencia vital para el vínculo, podemos producir subjetividad fuera del paraíso del capital económico y narcisista. Rolnik (2022) nos diría que hay que conocer el saber-de-los-afectos, escuchar sus turbulencias en vez de ensordecerse.
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